AVES NOCTURNAS (III)

Imagen de portada por Sofía García Carbajal

CAPÍTulo TRES

orden del día

– Ana, la llamaba su madre. Siempre divertida en sus juegos. Nunca la vi llorar…

 

Replicó a Melissa Brown, quien interroga a Flux, apartándose de la mesa sin mirarle a la cara y acercándole el dispositivo.

 

–      ¡Son recuerdos!  Las cadenas de las esposas crujieron al doblarse sobre la imagen de Dolores aseándose en la tina, una “subjetiva” de Ana. Las lágrimas brotaron con dificultad y se quedaron estancadas, aguando sus ojos.

–      Sí, logramos extraer información, pero no toda. Hay “lagunas” que las computadoras no pueden navegar, algo que todavía no comprendemos, pero digamos que, hicimos tabula rasa, y estos remanentes de su vida pasada llegarán en forma de sueños. Sin embargo, los habrá olvidado durante el estado de vigilia a causa de la actividad psíquica, contestó Melissa sin detenerse en lo que la pantalla mostraba.

–      ¿Cómo?, ¿cómo fueron capaces de hacerle esto, usurparle su memoria?

 

 

Flux comprendía los alcances de la Ciencia en el estudio del encéfalo. Las Imágenes de Resonancias Magnética (MRI) y los TAC habían sido reemplazados por representaciones tridimensionales del cerebro, pero esto, ver lo que otros vieron, es un exabrupto, un truco de mal gusto propio de una pseudociencia. Recorrió con la mirada el lugar, y no hurgó más en aquellos recuerdos en los que, a fuerza de verdad, él mismo pertenecía, cuando se quedó, a pesar de que su pelotón avanzaba, retrasado en la marcha hacia la Antártida, cuando se enamoró de su madre, María Dolores. Quiso Flux desertar de las filas y quedarse a su lado, pero ello, le decía a Dolores mientras la besaba, era imposible; – un remiso en tiempos de guerra es lo mismo que un traidor–. Juró a Dios que volvería, que no las dejaría a merced de la guerra.

 

–      Imagino que apareces en algún momento luego de salir de la tina. Ahí estás, nunca pensé que un hombre como tú pudiera sonreír. Ya sabes, la risa es la gran catalizadora de la tragedia humana, por eso se parece a la comedia.

 

Flux no alcanzaba a atinar a qué se refería, confundido en sus propios recuerdos, un lapsus. Pero alcanzó a replicar algo para mantenerse a flote. Debía vigilar todas las movidas de Brown, fiel a Comandante X, sobre quien pesa también su mano.

 

–      ¿Cómo es que una mujer tan atractiva se permite un trabajo tan ruin?

Comandante X no pudo contener el impulso de hablar por cuenta propia y abrió el canal de intercomunicación. Había descuidado el control del volumen, por lo que, al hacerlo, cundió una fuerte sobrealimentación de sonido desde los parlantes de aquel recinto especial llamado Cámara Gesell de Tercer Nivel o CG-3.

 

–      ¿A dónde quieres llegar con preguntas retóricas, John? ¿acaso no has tenido suficientes problemas? Me permito responderte, no permito artimañas fuera de lugar, se debe responder sin agregar nada, no sea que ello perjudique aún más tu penosa situación. Eres un remiso, simple y sin honor. Pero, además, eres un traidor; ¡corriendo a la orden del enemigo!

 

Resonó el altavoz con estrépito y, sin dejar lugar a réplica alguna, cerró el canal. Melissa llevó el cabello detrás de sus orejas, pasando con gran dificultad la saliva que humedece la sequedad de su lengua aterciopelada. Pronunció un breve edicto en el que se corroboran los hechos por los que se le condena en un lenguaje recargado de tecnicismos que, palabras más, palabras menos, lo privan de la libertad en una celda de castigo, sin derecho a interpelar ante juez o tribunal de arbitramento. El aliento de Melissa llegaba a él como una suave brisa de domingo, perfume sin fragancia, pensó John, no obstante, era de una belleza soberbia, casi indigna, pues subía la senda del poder desbrozando a sus oponentes atacando su libido. No sólo eso, por supuesto, rumia Flux, sin dejar de mirarla, la agudeza de su inteligencia roza las delicias de la genialidad. Melissa dejó a un lado el cuestionario, negando con la cabeza y mirando de reojo hacia el espejo, donde los peritos de las neurociencias almacenaban los datos biométricos, escarbando en la mente buscando patrones de conducta con un buldócer.

 

–      John, has pasado la mitad de tu vida encadenado al andamiaje bélico. Consultas tus reliquias y no rescatas de ti más que tus armas; !arrójalas de una buena vez!, !¿qué otra guerra vas a pelear cuando el juego está amañado, si para ti no hay nada?!

–      De qué manera te hago entender, bella dama, que mi tacómetro no va a detenerse aquí, que sólo una parte de la flota naufraga…

–      Basta de metáforas, Flux. Déjame ver lo que realmente escondes y tal vez logre disuadir a C-X de que te meta en la celda de castigo. ¿...tan habituado estás?

 

Comandante X soltó una carcajada apagada y sin resonancia, si bien estaba de buen humor, lo exasperaba la indolencia de Flux para consigo, como si pidiese para sí siempre la peor parte. Su desprecio a la muerte era el propio de quien está al borde de la locura. Sólo el loco se burla y danza en derredor de su tumba. Una innata sed de castigo, …

 

Afuera la horda humana, como una avalancha de carne y huesos, nervios y sangre, se plegaba sobre sí misma en su fagocitosis diaria, mientras los cuadros advenedizos al poder promulgaban una escalada de anarquía:  la sinrazón era el gran mal para todos los adscritos al poder tiránico que emanaba desde la altura vertiginosa del Helicoide con el más abyecto cinismo. Concentrados alrededor de canecas humeantes en las que cuecen los tuétanos y las vísceras de las víctimas de la calamitosa caída económica, la crisis del mercado y el irrefrenable abandono del campo, donde las carencias desembocan en el éxodo de los campesinos a la ciudad, donde comen las migajas que caen de la mesa de los poderosos y donde resuman y se agolpan unos sobre otros formando un alud de miseria. Las exportaciones de crudo se interrumpieron para así poder nutrirse, autoabastecer el complejo industrial y militar, pero tarde o temprano los pozos habrán dado su última gota y el vientre de la corteza debajo de sus pies colapsará. Eso pensaba John, distraído en las palabras de Melissa Brown, prestidigitadora del sistema, cuando no presbitera del Ultra-Estado. Salta a la vista, “como una chispa salta del interior de una fogata” – recordó a Descartes–, un obsceno abuso del término “esto” como una muletilla entre ideas del discurso que a John le hacía estremecer el espinazo más que los golpes propinados a mansalva. – ¿Por qué mejor no me clavas un anzuelo? Comulgo con mis propias culpas, soltó, resoplando de impaciencia al ponderar el siguiente asalto.

 

–      Me dejas en mala posición, Flux. Resonó la voz en los parlantes. – Nos eres un hombre caro, apreciamos siempre tu falsa modestia, bien conoces nuestras demandas y no te ocultamos la necesidad de exterminar la C-SAF. Ellos no saben que te tenemos, puedes volver y escaldar el vino mientras escuchas sus conversaciones.

–      Conservas ese aire prosaico en todas tus conversaciones, ¿eh? Seré breve, dijo Flux, reclinándose en el espaldar de su silla, sin apartar la mirada de las líneas trazadas por la figura esbelta y precisa de Melissa Brown, quien tenía por regla abrir sus oídos a la lisonja de los hombres, – tengo entendido que este no es un presidio, sino que es la adaptación de un centro comercial, un “Mall”, de seguro presentará fallas estructurales por la qué fugarse. Mi salida será cuestión de tiempo y dejaré sembrado de cadáveres tu piso de porcelanato.

–      Pero, ¡si es justo lo que quisimos que vieran!, replicó Comandante X, que creyeran que construimos un monumento al comercio, pero, en realidad se trataron de los planos de una prisión de alta seguridad, la construcción del Helicoide fue un monumento al poder, es una oda al Panóptico de los teóricos del Utilitarismo del siglo XVIII, con Bentham a la cabeza; Jeremy, precursor de las técnicas de inspección, reconocimiento y vigilancia en un sistema de alineamiento de conductas aberradas. Lo teníamos preparado para el momento indicado. Y ahora que nuestra rara avis está en nuestra jaula le dejaremos volar para la Operación Ave Nocturna. Tienes tres minutos para decidir.

–      Bufón, crees que tus barrotes me van a detener, mejor que seas benigno con tu huésped, pues fui yo quien se entregó, precisamente, para sostener esta amena conversación. Por otra parte, la C-SAF habrá hecho sus propias deducciones y no dudarán en hacerme picadillo. Flaco, ¿no tienes una mejor idea?

 

X cerró de nuevo el canal y la CG-3 quedó en silencio. La respiración de Melissa se interrumpió ante la acometida de Flux, quien pretendía acabar la conversación apartando la mirada de ella para clavarla en el espejo, queriendo ver a través con los ojos de la mente. Allí estaban estos circunspectos hombres de ciencia con el baro de la técnica y sus utensilios; !Minerva encadenada a la máquina de pensar!, los imaginó comparando los datos con lecturas forzadas por el afán de describir y explicar la mente, como un perro que se persigue la cola girando sobre su propio eje;  una dialéctica del bit, nada más, cuando el ciborg reclama para sí una personalidad jurídica bajo el primer principio de Newton, – “…dado que ocupamos un lugar en el espacio jurisdiccional de los hombres, nos ha de corresponder una identidad, una personalidad jurídica”. ¡El Imperativo Categórico de Sir Kant aplicado a la máquina!, no podía ser de otro modo, es cierto. A riesgo de una “sublevación  masiva de esclavos técnicos”. Las máquinas inteligentes operan de tal manera que sea lo mejor para la raza humana, un fin altruista dictaminado por las leyes de Asimov, en las que se enuncia, de manera subrepticia, el cataclismo bélico de renovación de la Humanidad, híbrida según vertientes de existencia divergentes cuando no antagónicas entre sujeto y experimento.

 

Anne-5 se agazapa entre los arbustos quemados de los alrededores del presidio.  Cae una brisa de lluvia ácida, el sol directo del mediodía aumenta el olor de los restos, gravita entremezclado con gas lacrimógeno y humo de aceite quemado.  Oleadas de seres indigentes se revuelven en enfrentamientos e insurrecciones secularizadas que son apagados de forma inclemente por los antimotines.  El gas se expande por las calles de la ciudad. Se atreve a correr hacia el parqueadero aprovechando el descontrol de la situación y se esconde debajo de un automóvil, al lado de una furgoneta del presidio.  Los uniformados se alistan a transportar a los detenidos hacia el cuartel,  ella   logra confundirse entre el tumulto pasando desapercibida y se introduce junto con ellos.  El camión parte en medio de la revuelta hacia los patios del Helicoide. El gas no le permite abrir los ojos doloridos, el tumulto dentro del camión constriñe sus órganos, las gentes gritan y se prensan entre sí.  No logra zafarse de las caricias impúdicas que le hacen ahora que le han visto.  El otro se haya riendo compulsivamente mientras se esfuerza por deslizar sus dedos hacia su sexo. Ella se estremece gritando desaforada mientras el camión avanza arrasando con las barricadas improvisadas en las intersecciones mientras le son arrojadas ropas incendiadas en el parabrisas y es atacada con piedras y pedazos de ladrillos la  carrocería blindada.

 

 

 

Juan Diego Quintero Sánchez

Tecnólogo en Realización de Audiovisuales y Multimedia de la Universidad Jorge Tadeo Lozano (2016), con amplia experiencia en la producción de música original y contenidos para proyectos personales, marcas y clientes finales. Emprendedor en Chrono-graphic, agencia de Medios, la cual pone al servicio de la comunidad los conocimientos y las destrezas adquiridas en estos campos. Al día, soy estudiante de Filosofía y Ciencias Humanas, con lo cual he añadido una nueva área enfocada en la investigación y la producción documental.

Previous
Previous

AVES NOCTURNAS (IV)

Next
Next

AVES NOCTURNAS (II)